Mi nombre es Claudio Ariel Martínez, vivo en Córdoba (Capital), soy egresado de la Carrera en Letras Modernas por la UNC y me fascinan los Medios de Comunicación. Es por eso que decidí autogestionarme escribiendo sobre Política, temas de Actualidad y otras cuestiones, de modo que pueda insertarme en el Circuito de los Medios de Comunicación, aunque sea desde su periferia. De esta manera, batallo contra las voces oficiales de los Medios Hegemónicos abriéndome camino al andar. LAS COSAS, TAL CUAL LAS VEO...

viernes, 30 de septiembre de 2011

La fascinación por la ambigüedad

         Cierta vez, un escritor supo decir que las mujeres más inteligentes de la Literatura de su tiempo eran George Sand, Virginia Wolf y Marguerite Yourcenar. Todas ellas eran, como mínimo, ambiguas, por no mencionar abiertamente sus tendencias lésbicas. Sin embargo, ¿qué relación había entre su ambigüedad y su inteligencia? Simplemente, que eran diferentes; por lo tanto, sus puntos de vista, su manera de sentir y de pensar se alejaban de los estereotipos de la mujer straight.  Si todavía albergamos dudas, pensemos en íconos de la cultura como Frida Kahlo, Marlene Dietrich o la omnipresente Madonna. Ninguna de ellas tuvo empacho en declarar sus inclinaciones a los fines de provocar a sus contemporáneos.  
         Si nos remontamos a la Antigüedad, los griegos sentían veneración por las criaturas hermafroditas; seres que manifestaban orgánicamente la fusión de lo masculino, asociado a la Inteligencia y a la pulsión de muerte,  y lo femenino, asociado al Amor y la pulsión de vida. Por ende, la percepción de la realidad de estos seres sería profunda, integral, holística; ya que no estarían escindidos, limitados por una sexualidad incompleta. Sin embargo, la homosexualidad como una de sus variantes más comunes era un modo, en la Antigüedad, de acercarse a ese Ideal, que era, en cierta medida, el Ser Divino. Y si no, que lo digan personalidades tan encumbradas como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel Buonarroti o figuras literarias como Sor Juana Inés de la Cruz o Federico García Lorca.
         Sin embargo, con la llegada de la cultura Judeo-Cristiana, valores que ennoblecían a ciertas personas en función de toda una cosmovisión cultural fueron no sólo negados sino vituperados como execrables, antinaturales y/o demoníacos. Lo que en su momento fue bello, puro y natural pasó a ser caricaturesco, obsceno y contranatura, olvidando el principio filosófico que lo regía. De esta manera, durante siglos las sociedades de Occidente han barrido bajo la alfombra todo atisbo de extrañeza, de ambigüedad, que se perfilaba muy sutilmente en todos aquellos que se sentían diferentes, ajenos, y que no encajaban en el statu quo dominante.
         Pero, lo que son las cosas, increíblemente de forma consciente o inconsciente estas mismas sociedades se han sentido atraídas desde siempre hacia esos seres; aunque, lógicamente, no lo admitan de manera abierta. ¿Un ejemplo? Los travestis. Como los griegos, señores de traje y corbata, por las noches y en auto, de alguna manera les expresan su embelesamiento ante su rara belleza. Quizás de algún modo intuyen que albergan en sí lo masculino y lo femenino, la visión integral  y holística que sólo se consigue por la unión de los opuestos.
         Por todo ello, si alguien se siente diferente, extraño y ajeno a la mayoría que no los acepta, sólo tiene que acordarse de que para los griegos esa condición era un milagro, que hablaba de un ser completo, superior. Y, para nuestros contemporáneos, se hablaría de un artista en potencia; alguien que, desde su integralidad, puede aportar mucho en un mundo dominado por seres escindidos, que buscan en su otra mitad, lo que otros llevan aunado en su interior.
Yo, Claudio.

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